Por María Isabel Pardo
Bernal
OTOÑO SIN ANILLO ©
2016
Entre tu nada y mi nada
hay un interminable simulacro de luces y sombras, un universo involucionando,
un pozo de besos, un mar de caracolas.
Cuando doy un paso al
frente, un gigante se come un tornado de
luminarias. Cuando vuelas
a mi ventana, una nube descarga millones de ranas.
No temo las tormentas, tampoco al pecado, por
eso, abanico con gozo tus engaños. No es fácil llevar en mi vientre la flor de
millones de años, no es fácil tener tu vida en mi ombligo y ser incapaz de
poseer el cuerpo por el que pierdo el sentido, me humillo, me inclino, me
rasgo, me arrodillo, me ato y me mato.
Un día cubriré mi desnudez
con la capa de la niña de los sueños, un día sabrás de los misterios de bosques
encantados, un día, un infinito día, te quedarás encadenado a mis latidos.
Sé que te fusionarás en el
albor de mi pecho, sé que lactarás el amor de mis pezones al viento. Desde tus siglos, en el remolino del inicio,
desde el suspiro, desde un planeta llamado Lejos, sé que buscarás mis labios y
mis lamentos.
Dejaré las cogniciones y la
luminiscencia en las sombras del plano desconocido, por ti, por tu locura terrena,
por tu ansía de poseerme. Por ti y por tus errores, la diosa se ha encarnado en
este cuerpo de barro, por ti, simiente en el océano, la mujer teje
pavores, y viaja al futuro y al pasado.
Hombre reverenciado, dios
de los vientres proscritos, escribe en tu historia, en mi fábula, que en la
soledad de nuestro lecho, sólo por ti, por ti, por ti, ¡maldita sea!, he
vuelto, he volado, he gritado, he gemido. Por ti polvo angelado, he vivido, he hecho, he sido…y volveré cada vez que le
apetezca al guerrero de los mares, al sino y a mi asesino.
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