Por María Isabel Pardo Bernal
05 de enero de 2015 ©
Nunca pedí a los Magos
cosas materiales, esta noche no va a ser distinta. Como cada año, me gusta pararme en la orilla de mi mar, buscar en el horizonte esa luz que me hable
de ti. Sentir que de alguna forma, tú también buscas esa figura en el cielo que
te habla de mí; con eso me conformo, ¿me conformo? ¡Es demasiado, mucho para mí!!
Ellos, hace tiempo, nos regalaron su
magia, esa magia que nos hace encontrarnos cada día en mi jardín privado, la
magia que me hace sentir golpecitos en el corazón, y plumitas en el estómago.
Una magia que hace que mis ojos brillen cuando miro a mis hijos, magia que me
hace reír, cantar, saltar, jugar. Me permite disfrutar del color y el aroma de
una pequeña flor, saborear un buen chocolate, pasar una fresa por mis labios y
desear tu beso, sentir tu calor cuando
me acerco a nuestra lucera… ¡La magia! ¡Cómo recuerdo las noches de mi
infancia, esa ilusión que me hacia volar y vibrar! Hoy, esta noche, me doy cuenta
que sigo siendo la misma cría que pegaba su nariz en los fríos cristales de la
ventana esperando ver aparecer a sus majestades de Oriente, sigo siendo la
misma chiquilla de ojos curiosos y boquita atónita que preparaba el agua para
los camellos, y los dulces para los Reyes. Esa pequeña que miraba el cielo
buscando la estrella que guiaba a esos magnánimos héroes de los sueños, esa
dulce nena que pedía un regalito para ella y cientos para sus amigos. Y así, un
día como éste, me regalaron, nos regalaron su magia. Por eso, esta noche
vaporosa, sigo sintiendo la misma sensación electrizante y maravillosa, las
mismas mariposas, las mismas esperanzas, las mismas expectaciones, y sobre
todo, sigo sintiendo amor, ese amor infantil y generoso, tierno e inocente, ese amor que todo lo puede. Hoy, mi rey, has
venido, has venido de nuevo a recordarme que somos magos, y que sigo siendo una niña, tu niña, tu niña
siempre…
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