jueves, 7 de enero de 2016


Por María Isabel Pardo Bernal.

 VACÍO © 2015 Reservados todos los derechos.

 


VACÍO
 Mi mundo, tu mundo, y entre tu mundo y mi mundo, un gran vacío, un lugar donde tenemos que arriesgar para lanzarnos si queremos encontrarnos.  No importa el vértigo, ni las dudas, ni las alucinaciones, ni el miedo, ni la muerte. Después, unas pocas horas en la montaña rusa, para luego volver al infierno o al sosiego de una realidad suma, de un escenario más verosímil. Mucho tiempo entre vahído y vahído para cavilar, para pensarnos, para desear volver a lanzarnos de cabeza al acantilado de los suspiros, a las aguas dulces de los apetitos sin amo,  al fondo de la abrupta e irracional pasión. Pero, amigo,  es muy efímero el viaje de la diversión, y una vez hecho el camino, todo se desvanece.  La nada se ha perdido en las nubes de la indiferencia, en los tragaluces de tu hastío. Las grietas mortíferas de una tierra árida se han bebido todos nuestros manantiales.  Ya somos quimera,  sueños necios y un andar cansino, muros enmudecidos y guijarros deslucidos, manos blandas y frías, la nada en tus ojos, la nada en tus labios, la nada en tu cuerpo marmóreo. Una inmensidad de nadas que arruinan los cantos mágicos de un mañana, de una llegada al destino.  Te vas evaporando en la línea azul que rompe el mar, te vas. Te esfumas en la bruma. Te me pierdes detrás de los riscos, te disipas en un lento desatino. Crece la maleza en los caminos del encuentro,  nos abandonan los niños, las amapolas, las cruces, y los sinos. Se olvidan de nosotros las luces, las lunas llenas, los algodones de colores y los mimos. Ya no levitan en algarada nuestros cuerpos fundidos,  ni me levantas las faldas, ni atormentamos a los vecinos. Ya no queda nada, ya no queda ni tu vacío, mi niño…

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